sábado, 28 de marzo de 2009



Menopausia masculina, hiperactividad infantil, timidez enfermiza, fatiga crónica, disfunción sexual femenina, insociabilidad, obesidad, alopecia, estas son algunas de las nuevas enfermedades que han aparecido en los últimos años. La industria farmacéutica ha descubierto su particular ‘mina de oro’ en una sociedad obsesionada con la salud. Un terreno perfectamente abonado para la siembra de lo que algunos han denominado la ‘medicalización’ de nuestras vidas.

Roche, Bayer, Bristol-Myers, Lilly-Icos, Abbott , Pfizer, Almirall Prodesfarma, Novartis, Sanofi-Aventis, GlaxoWelcome, lideran el sector de una industria metida desde hace años en una sospechosa espiral de beneficios económicos sin precedentes que las sitúan en el top 50 del Dow Jones.

Muchos empiezan a preguntarse si es posible que la lucha de las farmacéuticas por obtener beneficios se haga a expensas de la salud de los consumidores. La respuesta parece clara y la encontramos en el libro escrito por el bioquímico y periodista alemán Jörg Blech, Los inventores de enfermedades.

Las empresas farmacéuticas investigan, desarrollan y ponen en el mercado fármacos que cumplan tres premisas: estar dirigidos al primer mundo, aliviar los síntomas, que no es lo mismo que curar enfermedades, y necesitar el producto durante un tiempo prolongado para aumentar las ventas.

El resultado es que medicamentos contra la obesidad, la impotencia y la alopecia inundan las farmacias occidentales, mientras que en otros lugares, cada vez menos lejanos, el cólera, la malaria o el dengue siguen matando a millones de personas, por no hablar del SIDA o el Cancer, extendidos por todo el mundo.

La industria gasta ingentes cantidades de dinero para que la enfermedad sea conocida por la sociedad. Para ello no hay nada más sencillo que pagar unos altísimos honorarios a unos cuantos médicos que ofrezcan conferencias de prensa por todo el mundo.

Se emplea a médicos e investigadores científicos como autores de publicaciones escritas por ‘negros’ de las propias compañías farmacéuticas e interceden en los actos patrocinados por éstas a favor de determinados medicamentos o aparatos. Por supuesto, no todos los investigadores médicos actúan movidos por esta falsa conciencia.

Sin embargo, muy poco porcentaje del beneficio obtenido en la venta de los medicamentos va a parar a la investigación de las enfermedades verdaderas.

La industria del medicamento gasta cantidades descomunales en las relaciones públicas, sobre todo en reforzar su mala imagen; algo muy importante desde que la ONU decidió unirse a la lucha para lograr medicamentos más baratos contra el SIDA en los países del Tercer Mundo. Aunque, también hay actividades más sutiles, como la relación con los grupos de presión en el ámbito político o con los departamentos de investigación de las universidades de investigación más elitistas.

La tarea más importante es influir en la decisión de los médicos para que éstos prescriban una receta con el fármaco en cuestión. El hecho es que una tercera parte de los ingresos se dedican al marketing directo. Entre 8.000 y 13.000 euros al año dedica la industria farmacéutica en cada médico para que receten sus píldoras y productos. Un ejemplo: la empresa GlaxoSmithKline emplea en Europa y Estado Unidos un ejército de 17.000 visitadores médicos. Según la documentación que ofrece Jörg Blech en su libro, médicos alemanes aceptaron de las farmacéuticas invitaciones para ver la final de fútbol de París de 1998 y disfrutar de las carreras de Fórmula 1. ¿El precio por tan amable obsequio? Sírvanse ustedes mismos.


Investigar para competir

¿Quién no ha escuchado en los últimos años algún tipo de publicidad sobre la impotencia masculina? La pastillita azul, más conocida como la Viagra, ha sido el mejor negocio del sector farmacéutico. Cada segundo, cuatro hombres ingieren el remedio contra su disfunción sexual. Sólo tiene que tener la precaución de tomarla media hora antes del acto sexual.

Muchos hombres con dolencias graves como operaciones de próstata, diabéticos, enfermos de riñones o con arteriosclerosis se han visto satisfechos con este remedio pero, otros muchos, hombres sanos que sólo buscan convertirse en amantes incansables caen en las redes de la publicidad descontentos con su vida sexual.

Las empresas no se cansan de presentar la impotencia y otras denominadas disfunciones eréctiles como una dolencia muy extendida y a la vez amenazadora para la sociedad actual.

Para corroborar lo anterior, un hecho. “Si dentro de cinco años quiere seguir siendo sexualmente activo, tome cada noche un cuarto de pastilla”, declaraba un catedrático en sexo en un acto patrocinado por la farmacéutica Pfizer. Sin embargo, los efectos secundarios no se conocen del todo. Podemos llegar a tener hermosas muertes ‘mors in coitu’. Si el miembro viril se deja llevar por el frenesí del momento, su propietario puede verse amenazado por un ataque de miocardio, una apoplejía o la ceguera total . Incluso, la pastillita azul te puede dar tanto placer que te puede subir al mismo cielo.

La sociedad occidental vive más y con mayor calidad de vida pero nos estamos convirtiendo en sanos ‘preocupados’, falsos hipocondríacos invadidos por un aluvión de mensajes y noticias como la que la semana pasada se podía leer en este diario digital: “El 5 % de los españoles sufre el síndrome de las piernas cansadas”: Fue una de las más leídas y a buen seguro que desde ese día más de uno espera impaciente conocer el nombre del producto farmacéutico que le aliviará semejante dolencia.

El deseo innato de querer estar llenos de salud es utilizado de manera consciente por la industria farmacéutica para convencernos de que padecemos alguna enfermedad crónica que requiere del fármaco milagroso con el que los inventores de estas falsas enfermedades siguen batiendo todos los records de beneficios.

No te dejes engañar.