viernes, 27 de marzo de 2009

En estos días se han cumplido diez años de los ataques de la OTAN contra la Antigua Yugoslavia, actual Serbia. Una parte de la opinión pública, intentará ignorar este vergonzoso aniversario -vergonzoso para sus amigos de Washington y Bruselas, por supuesto-. La otra parte de la opinión pública, aquella “proeuropea, pero patriótica”, estará un poco incómoda. Algo habrá que decir pero no sabrán con certeza el qué. Finalmente, para éstos también se impondrá la factografía y la conclusión que “todos juntos, en cuanto Serbia se convierta en miembro de la UE, olvidaremos estos hechos desagradables” -pero recordaremos eternamente Srebrenica y Vukovar0-. Sin embargo, una tercera parte de la opinión pública, la que está acostumbrada a pensar con su propia cabeza y no teme querer a su propio país, debería recordar al menos tres cosas: la buena actuación del ejército Serbio, el carácter terrorista de los bombardeos de la OTAN y el vergonzoso comportamiento de los medios occidentales. Así que hagamos memoria.

Gobernaba en Estados Unidos William Clinton y dirigía la OTAN Javier Solana, quien ahora preside la política exterior de la Unión Europea. Era un 24 de marzo de 1999, y desde meses antes se había montado por el poder mediático en manos de Occidente todo un show publicitario sobre la llamada "limpieza étnica" en la provincia serbia de Kosovo.


LOS MISILES Y BOMBAS CONVIRTIERON A BELGRADO EN UN INFIERNO.

El escenario quedó listo después de una reunión en las afueras de París —sin participación serbia— en la que se dio un ultimátum a Belgrado para que permitiera la entrada de fuerzas militares norteamericanas, y abandonara la tierra que los vio nacer y en la que permanecían legados de una cultura propia; además de riquezas minerales y otras.

Había llegado el momento de apretar el gatillo y la orden a Solana no se hizo esperar. Washington, ignoraba una vez más a la ONU, y el Pentágono —bajo la cobertura de la Alianza Atlántica—, bombardeó la nación balcánica desde ese día y hasta el 10 de junio, en 78 jornadas ininterrumpidas de destrucción y muerte.

El recuento de aquella agresión registra que tanto Estados Unidos como la fuerza aliada realizaron 38 000 misiones de bombardeos, con naves salidas desde bases en Italia y portaaviones en el Mar Adriático, para lanzar misiles Tomahawk y bombas revestidas con uranio empobrecido.


LOS BOMBARDEOS SE PODRIAN HABER EVITADO

Bajo el Gobierno de D´Alema, Italia concedía sus bases áreas para los aviones de la OTAN que se dirigían a bombardear Yugoslavia.

"No me arrepiento, no... Pero sigo pensando en que no existía la necesidad de arrojar bombas sobre Belgrado", señaló el ex primer ministro.

Sin obtener sanción del Consejo de Seguridad de la ONU, las fuerzas de la OTAN tomaron la decisión de bombardear Yugoslavia en 1999, apoyando de hecho a los extremistas albaneses de Kosovo en su aspiración a conseguir independencia con respecto a Belgrado.

Las primeras bombas cayeron sobre Belgrado y otras ciudades yugoslavas  el 24 de marzo de 1999. En relación con ello, por toda Serbia se organizan hoy día actividades en homenaje a casi cuatro mil caídos y diez mil heritdos durante aquella agresión, que duró 78 días. En Kosovo, ese día lo conmemoran como uno que abrió camino hacia la independencia.

"Hoy día podemos emitir juicios más sopesados sobre aquella historia, que hizo parar las guerras balcánicas y dio comienzo a un proceso, gracias al cual Serbia es ahora un país democrático que avanza hacia la integración europea", dijo D´Alema.Pero al referirse a la guerra, el ex primer ministro dijo que estaba profundamente emocionado por cuanto sucedía en 1999. "Sentía mi responsabilidad por lo que acontecía, pues moría gente inocente", reconoció.


¿QUE  HA PASADO EN LOS 10 AÑOS POSTERIORES?

En primer lugar ya Yugoslavia no existe. Fue fracturada hasta su desintegración. De ella queda Serbia, a la que se le impone renunciar a una de sus provincias, Kosovo, ocupada por más de 20 000 soldados extranjeros, principalmente norteamericanos, que apuntalan la autoproclamada independencia de un territorio que la Constitución serbia recoge como una provincia autónoma.

En este contexto, el Pentágono construyó allí una gran base militar para garantizar la permanencia de sus tropas; mientras que se permitió y alentó la expulsión de una gran parte de la población serbia que había nacido y vivido en esas tierras. Sus viviendas y propiedades fueron destruidas o confiscadas. Iglesias, monasterios, cementerios y otros símbolos de la herencia cultural serbia en esa provincia, han quedado destruidos.

Kosovo es un gran centro internacional para el tráfico de drogas bajo la mirada protectora de las fuerzas de ocupación.

El uranio empobrecido que recubría las bombas lanzadas por la aviación norteamericana contra la nación balcánica ha provocado, y lo seguirá haciendo, una gran cantidad de muertes y enfermedades de cáncer y leucemia en niños y demás personas, afectadas por los elementos nocivos de esa sustancia prohibida por las convenciones internacionales.

Para Serbia, además de la mutilación de su territorio, ha quedado la presión permanente, la ayuda prometida y no concretada, y el recuerdo luctuoso de quienes perdieron a sus hijos o demás familiares, o de los que contemplan como en pleno siglo XXI, se permite que una cultura milenaria sea cercenada a nombre de quienes dicen actuar contra el terrorismo.

Sus fábricas, escuelas, viviendas, guarderías, estaciones de televisión y radio, puentes, y demás obras destruidas por los ataques tuvieron que ser reconstruidas por los propios serbios. Estados Unidos y Occidente no hicieron nada para reparar tan enormes daños materiales; ni siquiera para limpiar el Río Danubio que infestaron con miles de bombas.
Hoy las agresiones y ocupaciones son otras. Iraq y Afganistán han desplazado el foco de atención fuera de los Balcanes.

Para Serbia, su provincia de Kosovo parece cada vez más distante porque al menos así lo han decidido Washington, la OTAN y parte del entorno europeo de una Unión que todavía no admite a Belgrado, apoyando la auto proclamación de Kosovo como independiente.


MORALEJA

Intentarán desviar nuestra atención, en estas fechas, cuando se cumplen diez años de sus crímenes, hacia otras cosas. Como a un niño de dos años, nos intentarán engañar con un juguete, para que nos olvidemos de su verdadera cara, falsa y deformada. Nos hablarán de “la nueva era que empieza con Obama”, nos hablarán de “los esfuerzos de la comunidad internacional de superar la crisis económica global”, incluso nos darán lecciones sobre el campo de concentración en Staro sajmište, y sobre como “Serbia se olvidó conscientemente” de ese campo, porque “no quiere acordarse de que fue el segundo país que limpió su territorio de judíos”. -¡Como si Serbia entonces no hubiera sido ocupada, como si en Serbia entonces no hubieran gobernado los gauleiter del nuevo orden mundial y de una Europa unida!- Nos hablarán de todo. No nos hablarán únicamente de ese marzo, hace diez años, de ese abril y mayo de 1999, cuando, “por nuestro propio bien”, y “como nuestros verdaderos amigos”, inundaron Serbia con toneladas de bombas de uranio empobrecido -por el que hoy en día en Serbia, un 40% más de personas padece de cáncer que antes del 1999-.

Sin embargo, cuanto más intenten que olvidemos algo, tanto más nosotros tenemos que intentar recordar. Recordemos el nombre del piloto Milenko Pavlović, comandante del 204 Regimiento Aéreo de Cazadores, que se hartó de mirar las orgías de los aviones OTAN sobre Valjevo, así que subió a su MIG29, el 4 de mayo, y solo se enfrentó a cuatro bombarderos de la OTAN. Recordemos los nombres de Marko Simić, un niño de dos años, de Bojana Tošović de once meses, de Milica Rakić de tres años, de Branimir Stanijanović de seis años, de Dejana Pavlović de cinco años, o cualquier otro nombre de todos aquellos niños perecidos bajo los bombarderos de la OTAN. Recordemos también los nombres de Wesley Clark, Michael Short y el resto de los generales asesinos, los que, aquella primavera, “con misericordia”  liberaban Serbia  de las vidas sus hijos y de sus hogares. Recordemos los nombres de los que, en aquellas fechas, clamaban histéricamente la ocupación de Serbia y el lavado de nuestros cerebros de todo pensamiento libre y de toda noción de verdad y justicia.

Tenemos que recordar. Porque nuestros “amigos” siguen aquí. Con un ardiente deseo de seguir “liberando” y “haciéndonos felices”. Ellos tienen más dinero y más armas. Pero nosotros debemos tener más cabeza. Debemos pensar mejor y recordar más que ellos. En el combate con armas y dinero ellos ganaron. Pero, en el combate de recordar, ¡la victoria tiene que ser nuestra!


Fuente:  Semanario Serbio

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