Las crisis financieras en el sistema capitalista son recurrentes e inevitables. Como se ha dicho hasta la saciedad, el pecado original del capitalismo es el divorcio entre la producción y el consumo; en otras palabras, es el sistema que más capacidad ha alcanzado en la historia para producir bienes, pero debido al empobrecimiento social generado por la explotación económica, debilita progresivamente las posibilidades del mundo para poder comprar dichos bienes. Sucede periódicamente, entonces, que aquel arsenal de mercancías producidas no se vende en el mercado, la ganancia no termina de realizarse y sobreviene la quiebra de los productores-vendedores.
En esta desesperada competencia, los vampiros, las empresas y los países se pelean por aumentar la producción y bajar los costos, lo que pretenden lograr a través de la expoliación de materias primas al tercer mundo, la sobre explotación de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo, así como por innovaciones y aplicaciones tecnológicas que aumenten la productividad.
Ahora bien, ante la disminución de la demanda solvente -capacidad de compra-, el sistema capitalista recurre al crédito masivo. Es así que hoy en día, toda la economía, desde las familias hasta las grandes empresas productivas y los mismos bancos, sólo se mueve si hay crédito para operar, es decir, con dinero ajeno, sea público o de otros tenedores de dinero. Pero a la larga, la medicina termina siendo peor que la enfermedad, puesto que el crédito encarece mucho más los costos de producción de los bienes, y, al aumentar los costos de producción, aumentan en la misma proporción los precios de las mercancías y su realización o venta se vuelve cada vez más difícil.
La gente, las empresas y los países entran así en una espiral de endeudamiento que sólo se resuelve endeudándose más, hasta que un día nadie puede pagar y los bancos terminan quebrando y arruinando a sus acreedores. Cuando los bancos quiebran, el crédito se contrae y las empresas no pueden seguir produciendo, teniendo que mandar al desempleo a la mayoría de los trabajadores. El desempleo masivo, a su vez, disminuye la capacidad de compra de la gente y las empresas vendedoras tienen mayores dificultades para colocar sus mercancías. En el último mes de enero, por ejemplo, la más grande economía del mundo, la economía de los Estados Unidos, alcanzó la cifra de despido de veinte mil personas diarias.
Si la gente, las empresas y los países no pueden seguir comprando bienes, entramos en una crisis de sobreproducción relativa. Las bodegas se llenan y se congestionan de mercancías, sin que haya compradores, pues la gente y los países no tienen dinero para comprar aunque tengan necesidad de adquirir tales bienes. Al haber más bienes que compradores o más oferta que demanda, los precios bajan y los vendedores pierden. A su vez, los vendedores tampoco podrán comprar otros bienes para seguir produciendo, pues no habrá a quien seguir vendiendo. Y así sucesivamente hasta que el sistema económico entra en una recesión o contracción de la producción y la oferta.
¡He aquí la gran paradoja del sistema capitalista! Tiene una inmensa capacidad para producir, cuenta con la tecnología más avanzada en toda la historia de la humanidad, dispone de miles de millones de trabajadores cualificados, pero a pesar del hambre y demás necesidades existentes en el mundo, tiene que paralizar periódicamente toda su maquinaria productiva, generar una mayor escasez a fin de estimular de nuevo la producción.
Estas crisis de sobre producción, en medio de la mayor de las miserias, se suceden con mayor frecuencia y son cada vez más profundas y devastadoras, sin que el sistema pueda hacer nada para evitarlas. No puede porque en el mercado capitalista los productores producen separadamente, debido a la división del trabajo generada por la propiedad privada, lo que hace que para sobrevivir en este mundo mercantil, todos tienen que atenerse a las reglas del lucro, la usura y la competencia.
Ningún sistema muere hasta que puede ser sustituido por otro. Las medidas neoliberales tienen como objetivo restituir las condiciones para recuperar la rentabilidad de los bancos y de las empresas, por medio del rescate estatal, subsidiado con dinero de los contribuyentes. Y puede decirse que en cada crisis los vampiros han podido lograrlo, dejando en el camino millones de cadáveres, humanos y medioambientales.
Esta pesadilla periódica de las crisis del capitalismo sólo tendrá fin cuando maduren las condiciones para sustituir este sistema por otro. El principal expediente que conocemos de lo que significa un cambio de sistema sigue siendo la revolución industrial en su expresión burguesa o social. La revolución burguesa nace con la aparición de una nueva clase, la burguesía, que se hizo cargo de la producción, acompañada de una clase intelectual -la Ilustración- encargada de diseñar el nuevo sistema. La toma de la Bastilla vino por añadidura, agenciándose una cosa pública llamada república para paliar desde arriba las contradicciones del sistema y ajustar lo que llaman las imperfecciones del mercado.
La revolución social ha optado por estatizar los medios de producción y utilizar los excedentes para el bienestar de la población y de los trabajadores, los que siguen siendo asalariados de los gestores públicos de la riqueza social. En otras palabras, hasta ahora no tenemos una nueva clase social que se haga cargo directamente de gestionar el proceso inmediato de producción y conducir la economía en su conjunto.
En todo caso, lo que se percibe es que se necesita un proyecto, una nueva política económica y una nueva clase, que en primer lugar regulen el mercado en función de los intereses de quienes generan la riqueza y de la población en su conjunto, en segundo lugar una modalidad de asociación económica que conduzca económica y políticamente el proceso de acumulación en función del bienestar social y no del funcionamiento del capital.
Usualmente, la clase obrera -trabajadores asalariados de la producción- es presentada como la clase que sustituirá a los empresarios, sin embargo, todo parece indicar que en los países agropecuarios, donde los trabajadores por cuenta propia son la mayoría de la fuerza laboral, el nuevo sujeto provendrá de estos pequeños trabajadores-productores en proceso de apropiarse de la tierra y sobre todo de la gestión de la producción. Esta fuerza de pequeños productores agropecuarios, industriales y comerciales, comienza a organizarse en cooperativas, uniones y federaciones de cooperativas, ensayando la tarea de enfrentar, a través de la asociatividad, las tendencias concentradoras y excluyentes de los vampiros intermediarios del mercado capitalista. A medida que estas asociaciones se vuelvan mayoritarias y desplacen a los vampiros y al gran capital en el control de la producción, el procesamiento y el comercio, pasarán progresivamente a hacerse cargo de definir y gestionar los aparatos públicos.
Entonces, las crisis cíclicas del capitalismo servirán para enterrar el viejo sistema. Entonces podrá la humanidad vivir en una economía equivalente, equiparar la oferta y la demanda, la producción y el consumo. Entonces la acumulación será un medio para el bienestar social y no un fin en sí mismo, como en el sistema capitalista.
miércoles, 4 de marzo de 2009
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