La crisis está dejando sin comida a miles de personas en España y todo el mundo. A la cifra de 850 millones de hambrientos “oficiales”, el Banco Mundial añade cien millones más fruto de la crisis actual. El “tsunami” del hambre no tiene nada de natural, sino que es resultado de las políticas impuestas durante décadas por las instituciones internacionales. Hoy, el problema no es la falta de alimentos sino la imposibilidad para acceder a ellos debido a sus altos precios.
Esta crisis deja tras sí a una larga lista de perdedores y de ganadores. Entre los más afectados, se encuentran como de costumbre hombres, mujeres, niños y niñas pobres urbanos… En definitiva, aquellos que engrosan las filas de los oprimidos del sistema capitalista. Entre los ganadores, encontramos a los vampiros de las multinacionales de la industria agroalimentaria que controlan de origen a fin la cadena de producción, transformación y comercialización de los alimentos. De este modo, mientras la situación de crisis azota, las multinacionales del sector ven multiplicar sus ganancias.
La cadena agroalimentaria está controlada en cada uno de sus tramos -semillas, fertilizantes, transformación, distribución, etc.-por vampiros que consiguen grandes beneficios gracias a un modelo agroindustrial liberalizado y desregularizado. Un sistema que cuenta con el apoyo explícito de las élites políticas y de las instituciones internacionales que anteponen los beneficios de estas empresas a las necesidades alimenticias de las personas y el respeto al medio ambiente.
La gran distribución, al igual que otros sectores, cuenta con una alta concentración empresarial. En Europa, entre los años 1987 y 2005, la cuota de mercado de las diez mayores multinacionales de la distribución significaba un 45% del total y se pronosticaba que ésta podría llegar a un 75% en los próximos 10-15 años. En países como Suecia, tres cadenas de supermercados controlan alrededor del 95,1% de la cuota de mercado; y en España, unas pocas empresas dominan el 53% del total.
Las megafusiones son la dinámica habitual en el sector. De este modo, en nombre de la globalización, las grandes corporaciones, absorben a cadenas más pequeñas en todo el planeta asegurándose su expansión a nivel internacional.
Este monopolio y concentración permite un fuerte control a la hora de determinar lo qué consumimos, a qué precio lo compramos, de quién procede, cómo ha sido elaborado, con qué productos, etc. En el año 2006, la segunda empresa más grande del mundo por volumen de ventas fue Wal-Mart y en el listado de las cincuenta mayores empresas mundiales se encontraban también, por orden de facturación, Carrefour, Tesco, Kroger, Royal Ahold y Costco.
Nuestra alimentación depende cada día más de los intereses de estas grandes cadenas de venta al detalle y su poder se evidencia con toda crudeza en una situación de crisis.
De hecho, en abril del 2008 y frente a la situación de crisis mundial, las dos mayores cadenas de supermercados de Estados Unidos, Sam’s Club -propiedad de Wal-Mart- y Costco -de venta a mayoristas-, apostaron por racionar la venta de arroz en sus establecimientos aludiendo a una posible restricción en el suministro de este cereal.
En Sam’s Club, se limitó la venta de tres variedades de arroz, así como la compra de sacos de arroz de nueve o más quilos a un total de cuatro por cliente; en Costco se restringió la venta de harina y de arroz frente al aumento de la demanda.
En Gran Bretaña, Tilda -la principal importadora de arroz basmati a nivel mundial- también estableció restricciones a la venta de arroz en algunos establecimientos al por mayor.
Con esta medida se puso en evidencia la capacidad de las grandes cadenas de distribución de incidir en la compra y venta de determinados productos, limitar su distribución e influir en la fijación de sus precios. Un hecho que ni siquiera se había producido en Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, cuando sí se restringió el acopio de petróleo, neumáticos y bombillas, pero no de alimentos.
No tardaremos mucho en ver este tipo de medidas en España a medida que se acerca la tan irremediable como temida deflación. Es más, ya las empezamos a ver con las campañas de consumo de marcas blancas.
Otra dinámica que se ha puesto de relieve frente a la situación de crisis alimentaria ha sido el cambio de hábitos a la hora de hacer la compra. Ante la necesidad, por parte de los clientes, de abrocharse el cinturón y buscar aquellos establecimientos con precios más baratos, las cadenas de descuento han sido las que han salido ganando. En España, estos supermercados han visto aumentar sus ventas entre un 13% y un 9% -a falta de confirmación oficial- el primer trimestre del 2009 respecto al año anterior.
Otro indicador del cambio de tendencia es el aumento de las ventas de marcas blancas, como antes comentábamos, que ya suponen según datos no oficiales del primer trimestre del 2009, en España un 52,8%. Cuando son, precisamente, las marcas blancas las que dan un mayor beneficio a las grandes cadenas de distribución y permiten una mayor fidelización de sus clientes.
Pero más allá del papel que la gran distribución pueda jugar en una situación de crisis -con restricciones a la venta de algunos de sus productos; cambios en los hábitos de compra, etc.-, este modelo de distribución ejerce a nivel estructural un fuerte control e impacto negativo en los distintos actores que participan en la cadena de distribución de alimentos: campesinos, proveedores, consumidores, trabajadores, etc. De hecho, la aparición de los supermercados, hipermercados, cadenas de descuento, autoservicios etc… en el transcurso del siglo XX, ha contribuido a la mercantilización del qué, el cómo y el dónde compramos supeditando la alimentación, la agricultura y el consumo a la lógica del capital y del mercado. Por todo esto, creemos que el hurto en grandes superficies esta más que justificado, puesto que no está muy claro quien roba a quien.
Así que ya sabéis...