miércoles, 28 de enero de 2009
Como dijo Hakim Bey -seudónimo de Peter Lamborn Wilson-, el capitalismo “es un vampiro que chupa nuestra sangre, nuestra energía, nuestra historia, cultura y futuro”, que son además los que le dan vida, porque el capitalismo vive de la mercantilización de nuestra imaginación, de nuestros sueños, a los que convierte, a través de la manipulación, en mercancías, en espectáculo, y luego deja el cadáver convertido en un zombi, en algo que no está muerto pero que ya no puede vivir.
Párate a pensar en el medio de la noche frente a una montaña erosionada o frente a un antiguo bosque convertido hoy en un yermo, calcinado y estéril desierto, frente a las viscosas y putrefactas aguas de un río, lago o humedal contaminado, contempla a lo lejos el sombrío y desolador paisaje de Chernobyl y en el medio de la basura y los desechos, circundado por la muerte, podrás sentir que lo que está frente a ti, lo que te rodea, en lo que quizás también te estás convirtiendo, es algo “no vivo”, un “muerto viviente”.
El capital, al igual que el vampiro, es un monstruo que ha desnaturalizado y degradado todos los órdenes y estructuras naturales existentes. Ambos entes comparten la condición de parásitos, de existir en función de succionar la vitalidad de otros seres. Un ejemplo de lo anteriormente dicho es el caso de la destrucción de cientos de miles de hectáreas de selvas tropicales, rebosantes de diversidad, exuberantes en su vitalidad, para sembrar en su lugar cultivos transgénicos para producir etanol -maíz, soya, caña de azúcar-; estos monocultivos geométricamente alineados como soldaditos son producidos artificialmente y no tienen posibilidad de transmitir la vida pues sus semillas son del tipo “terminator”, es decir, son estériles; para completar, estas fitoversiones del monstruo de Frankenstein sólo pueden crecer y dar sus vacíos frutos mediante la aplicación de fertilizantes y herbicidas de la compañía que las produjo y controla. Finalmente, su destino no es alimentar la vida, sino alimentar las artificiales necesidades de las máquinas de su amo ¿Puede alguien negar que estos cultivos creados en laboratorios, diseñados para no reproducirse jamás son “muertos vivientes”? El hambre y la sed del vampiro son eternas, jamás pueden ser saciadas; las leyes del capital indican que la necesidad de éste de reproducirse chupando el trabajo, las riquezas y el futuro de los pueblos tampoco puede detenerse, jamás puede ser cubierta a riesgo de desaparecer como sistema.
Vampiros y capitalismo personifican a los demonios del mal, encarnan a los instintos más bajos y oscuros del ser humano: el egoísmo, la avaricia, el individualismo, la insensibilidad, la codicia.
Según las antiguas leyendas, el poder del vampiro reside en la mezcla de fascinación y terror que sus víctimas sienten hacia el; para dominarlas, el vampiro aterroriza con su figura y su leyenda, y toma control de sus voluntades utilizando para ello sus poderes hipnóticos. El gran capital imperial globalizado utiliza estas mismas estrategias para dominar a sus víctimas; a través de su industria cultural -hollywood, cadenas televisivas, agencias informativas- nos repite hasta el infinito la leyenda de su superioridad -racial, tecnológica y cultural- y de la invencibilidad de su monstruoso aparato militar -leyenda desmentida en Vietnam, Cuba y ahora en Irak- como forma de intimidación y amedrentamiento. Como si fuera la otra pinza de una tenaza, la división publicitaria de esa misma industria cultural bombardea incesantemente la conciencia de los pueblos del mundo con imágenes y mensajes de la idílica y paradisíaca vida que el capitalismo ofrece, vida cuya expresión más acabada es el “american way of life”.
Esta estrategia publicitaria y propagandística aplicada por décadas, ha producido en los pueblos del mundo una esquizofrénica mezcla de temor y fascinación, de odio y atracción hacia el gran capital imperial y el modelo civilizatorio que este nos ofrece. La tradición afirma que el vampiro muere si se expone a la luz del amanecer, -quizás de allí provenga el empeño del capitalismo mundial en oscurecer la luz del sol con los gases de efecto invernadero- pero a pesar de su poder y de la violencia que es capaz de ejercer, por todas partes hay inequívocas señales de que se acerca el alba. Está amaneciendo y se escuchan pasos que se acercan al ataúd del vampiro capitalista. Éste tiene buenos motivos para temernos.
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